viernes, 23 de diciembre de 2011

ES DIOS, Y SE PARECE A TI

“¡Un Dios que se transforma en hombre! ¡Qué idiotez! No veo qué podría tentarle de nuestra condición humana. Los dioses viven en el cielo, completamente ocupados en gozar de ellos mismos. Y si les diera por descender entre nosotros, lo harían bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago. ¿Se cambiaría un Dios en hombre?” Es la pregunta de Barioná, el protagonista de la obra de teatro navideña que escribió Jean-Paul Sartre en 1940. Y es una cuestión que conviene plantearse. Negarle a Dios la posibilidad de hacerse criatura es poco serio, pues supone admitir que sólo es factible aquello que uno es capaz de concebir, o de realizar. Pero si Dios es Dios, convendríamos en que Él podría hacerlo. La pregunta crucial sería entonces: ¿Para qué? ¿Para qué la primera Navidad, para qué la nuestra, y las que vendrán?


San Ireneo, hablando del Bautismo del Señor, iluminó en buena medida este misterio. Aseguraba el santo obispo de Lyon que el Espíritu había ungido la carne de Jesús para que Dios se acostumbrara a habitar en la criatura, y para que ésta fuera siendo –poco a poco- divinizada. Es decir, Dios toma lo nuestro para darnos lo suyo. Asume la pequeñez, el crecimiento, el aprendizaje; hace suyos los ideales, pasiones y miserias humanas. Vive en su cuerpo las limitaciones, las padece, pasa por todo lo humano para rescatarlo. Y se une así a todo hombre de todo tiempo y lugar. Porque sabe, como ellos, lo que es reír, lo que es sufrir, lo que es llorar, lo que es amar y lo que es morir. Nadie, nunca, podrá dirigirse al Dios de Jesucristo como a un extraño, porque sabe a la perfección qué es ser hombre; porque tomó nuestra carne, y la tomó en serio. ¿Quieres que te acompañe, que cargue contigo los pesos, que unja tu alma, que traiga a tu vida su cielo?
Tal vez sea esta cercanía inaudita de Dios a cada uno de nosotros lo que haya querido regalarnos en cada Navidad. Las palabras que Sartre pone en labios de la Virgen María en la obra citada nos pueden ayudar a meditarlo: “Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí”. Es Dios, y se parece a ti.


Alannis Morissette, una solista norteamericana de nuestros días, se preguntaba con un pelín de irreverencia en una de sus canciones “¿y qué si Dios se ha hecho uno de nosotros?” (What if God was one of us?) Para Barioná, el hijo del trueno, la respuesta está clara: “Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre Él y yo algo así como un lazo de sangre, y no tendría vida suficiente para mostrarle mi agradecimiento: Barioná no es un ingrato. Pero, ¿qué Dios sería lo suficientemente loco para eso?” El nuestro, el tuyo, Jesús, el Hijo del Padre. Feliz Navidad.


jueves, 3 de noviembre de 2011

EL MÁS ALLÁ REVELADO AL MÁS ACÁ



Pocas realidades suscitan más interés en el ser humano que lo que tiene que ver con la vida de ultratumba. Hemos tenido prueba de ello esta misma semana. La noche del lunes –alentada por el lucro comercial y una fuerte propaganda- fue testigo del desfile de disfraces de moribundos, muertos vivientes y demás imaginario paranormal.
Al día siguiente -Solemnidad de todos los santos- y el miércoles –día de los difuntos- los cementerios españoles se poblaron de hijos, nietos y amigos que acudían a visitar el sepulcro de sus seres queridos fallecidos.
¿Qué podemos decir y saber del más allá los que aún nos encontramos aquí, en el más acá? ¿Qué intuye nuestro corazón respecto a las realidades últimas? ¿Qué nos ha sido revelado desde lo Alto? El Papa Benedicto XVI realizó una espléndida síntesis en su hermosa carta sobre la esperanza, la Spe Salvi. En los últimos números de la misma –del 41 al 48- expone lo que Dios nos ha dado a conocer sobre nuestro destino final, y que ilumina y responde a los más hondos interrogantes humanos. Veamos qué nos dice.
El destino del hombre es la gloria, la vida, la que no acaba. De ahí que la resurrección de Cristo venga a iluminar la realidad más democrática de cuantas existen: que todos afrontaremos, pronto que tarde, el final de nuestra existencia terrena, la muerte. Y tras ella, como decía san Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales, el juicio, infierno o gloria.
El juicio –señala el Santo Padre- lejos de atemorizarnos debería ser para nosotros los hombres fuente de esperanza. Porque en él se hará justicia. Porque todo lo bueno sembrado en esta tierra recibirá su fruto. Porque todo el sufrimiento acumulado en el haber de la humanidad, recibirá sanación. Será un encuentro con el Dios de la Misericordia que une portentosamente justicia y gracia.
Benedicto recuerda que “la opción de vida del hombre se hace definitiva con la muerte”. Esa opción libre de la persona puede haber sido la de destruir totalmente en sí el deseo de verdad y de amor; son sujetos en los que todo se ha convertido en mentira, que han vivido para el odio. Ellos seguirían eternamente alejados del Amor con mayúscula. Fue su propio veredicto.
Otra opción es la de quienes se han dejado impregnar completamente de Dios, y están por tanto totalmente abiertos al prójimo. Son los santos.
Según nuestra experiencia, afirma el Papa, ni lo uno ni lo otro son el caso normal en la existencia humana. En la gran parte de los hombres podemos suponer que queda –en lo más profundo de su ser- “una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios”. Seguramente en las opciones concretas de la vida esa apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal: la envidia, el rencor, la avaricia o tantas otras. ¿Qué sucede con esta “suciedad que recubre la pureza?
Aquí entra en juego la noción del purgatorio. En palabras de san Pablo a los corintios, el día del juicio el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción, de cada vida. Y el fuego purificará lo valioso, y abrasará lo insustancial, la inmundicia. He aquí el dolor de amor con el que puede expresarse este proceso reparador.
Sabiendo esto, continua el Santo Padre, “¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud, o también de petición de perdón?” Esta interacción es posible “porque nadie vive solo. Nadie peca solo. Nadie se salva solo”. Concluye el Papa diciéndonos que nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro, y nunca es inútil”.
 
Con esta esperanza, con el deseo de vivir de tal modo que todos se salven, continuaremos los cristianos –desde el más acá- ofreciendo la Eucaristía, la oración y el sacrificio por los que se fueron, para que gocen en el más allá del Dios de la Vida.

sábado, 8 de octubre de 2011

JESUS PUTS A SONG IN MY HEART

Hay personas que en la vida de uno dejan huella, que marcan, que estampan en el alma ilusiones y ponen en el corazón la fuerza para alcanzarlas. D. Rafael Zornoza es una de ellas. Le conocí en el año 2003. Me pareció un cura diferente. Llegué ante él con mis muletas, fruto de la enésima lesión sufrida jugando al fútbol. En su despacho me colocó un tigre de peluche para que apoyara la pierna dañada. “¿un tigre de peluche?” Vaya un Rector de Seminario tan curioso. Después, en la conversación, me dijo que sabía lo que era arrostrar una escayola; apenas unas semanas atrás le habían quitado la suya del tobillo, que había curado el esguince que se causó haciendo surf. “¿Surf?” Definitivamente era alguien especial.

Le expuse mi enrevesada situación vital: con unas ganas enormes de retomar mi vida donde la había dejado antes de ir al Seminario a Salamanca, me encontraba con una inquietud que no me dejaba tranquilo. Tal vez Dios siguiese empeñado en hacerme sacerdote. Yo le presenté mi forma de ver la situación; él escuchó pacientemente, me recomendó que rezara, y me dijo que le llamara unos días más adelante. El 16 de octubre del 2003 la inquietud se convirtió casi en infarto, y le llamé. Le dije que sí, que veía la necesidad de entrar al Seminario, pero que había cosas imprescindibles que resolver. Rafa, con mucho tacto y visión, me hizo caer en la cuenta de lo importante: si Dios me quería sacerdote, todos los problemas encontrarían solución. Y así fue; de la mano del Rector entraba al Seminario de Getafe.
Me he detenido en este pasaje porque, como comprenderán, para el que esto escribe ha sido decisivo. Soy lo que soy porque en ese momento aposté por Dios. Y uno no puede olvidar a quien te ayuda a construir tu destino, máxime cuando se trata de uno tan hermoso.


A los pocos meses tuve la suerte de heredar el Breviario del Rector. Se trata del libro que rezan a diario los curas, religiosos y seminaristas. Yo no tenía uno, y siempre andaba usando alguno prestado. D. Rafael recibió unos libros de la Liturgia de las Horas –que así se llaman- y decidió donar los suyos. Ante mi carencia, fui uno de los destinatarios. La sorpresa fue encontrar en la funda negra que protege el tomo una curiosa pegatina. En ella, un cerdito sonrosado “decía” alegremente: “Jesus puts a song in my heart”, o sea, “Jesús pone una canción en mi corazón”. Esta decoración estaba muy en consonancia con otra que adornaba la entrada de servicio del Seminario, y que desde el principio me llamó la atención. Se trataba de una imagen de Snoopy revestido con sotana. Un cuadro digno de ver, y también las caras de los visitantes cuando lo descubrían.

De D. Rafael he aprendido que se puede ser fervientemente fiel a Jesús y a su Iglesia, y a la vez un apasionado de la vida, alguien alegre y divertido. Que el sacerdocio es un modo de dar la vida por amor a Dios y a los hombres, y que –como le pasa al Cristo de Javier- se puede morir en la Cruz y sonreír al mismo tiempo. Porque no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos.

Y ahora D. Rafael deja la diócesis de Getafe, de la que ha sido Obispo Auxiliar cinco años. Y aunque sé la noticia desde hace un mes, hasta hoy –que he visto los camiones de la mudanza- no he caído en la cuenta de que es verdad, que se marcha. Y han aflorado cientos de recuerdos, los importantes, los divertidos, los valiosos. Y deseo dar gracias a Dios desde este rincón en el que escribo de cuando en cuando por haber puesto en mi vida a un Sacerdote enamorado de Jesucristo. Y le pido que afine y perfeccione la melodía que puso en mi corazón un sacerdote músico, que ahora se dirige a Cádiz y Ceuta a regir como el que sirve. Que Dios le guarde, D. Rafael, y que siga entonando la alegre canción que puso Jesús en interior, y que muchos, a coro, la canten.
Amén.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

MI JOTAEMEJOTA... UN MES DESPUÉS

Al terminar la Jornada, un grupito de los que habíamos ayudado en la organización de la misma comentaba entre sonrisas: “¡Ha sido un éxito! Después de más de un año trabajando, la Vigilia casi no se puede celebrar, miles de inscritos se han quedado a las puertas, y el domingo más de un millón de jóvenes no han podido comulgar. ¡un éxito!”  


Y sí, lo ha sido, a pesar de todo. A pesar de que el evento más grande y complejo del mundo haya sido organizado en buena medida por voluntarios no suficientemente capacitados. A pesar de que las fechas eran… complicadillas. A pesar de que a algunos no les hacía mucha gracia que viniera el Papa, y se han empeñado en manifestarlo de los peores modos. A pesar de todo, la JMJ ha sido un éxito, es decir, un regalo de Dios, que ha mostrado Su rostro en medio del mundo de hoy. Un regalo para la Iglesia, que se ha sorprendido de verse tan joven, tan alegre, tan universal, tan viva. Esa Iglesia perseguida en China o Irak, acosada en medio mundo y criticada en el otro, pues resulta que aglutina a cientos de miles de jóvenes, como no lo hace ninguna otra institución en el mundo. Jóvenes alegres, sanos, con deseos de un mundo mejor, de una vida mejor, con deseos de Dios.


Es difícil resumir en unas líneas tantas experiencias. Desde los lejanos preparativos para formar equipos de voluntarios que coordinaran el evento, hasta la entrega de las llaves de los colegios al Ayuntamiento de Leganés. Entre medias, decenas de reuniones, cientos de mails, idas y venidas para medir los espacios, para motivar a los jóvenes a que participaran en el encuentro, para cuadrar los números de peregrinos con los espacios disponibles… muchas anécdotas. He descubierto que el traductor Google puede ser muy divertido, y que para él los “abonos transportes” madrileños se convierten en “fertilizantes para el transporte” en inglés. Me hubiera gustado ver la cara de Gerard, el responsable del grupo indonesio, cuando recibió semejante traducción.


Junto a las anécdotas, y al cansancio, y al sueño de esos días, lo más importante, la razón por la que el Papa nos embarcó en semejante aventura: palpar a Cristo actuando, en nosotros, en el prójimo, en el ambiente. Es esa atmósfera –que en cristiano se dice Espíritu Santo- la que permite ver a jóvenes irakíes y norteamericanos unidos en la misma foto; que hace que el calor, o el cansancio, o las incomodidades, no sean excusa para pensar en uno, sino para encontrarse con el otro. Ese Espíritu que dio la fuerza a los voluntarios para servir y acoger a miles de jóvenes, durante muchas horas, dándoles de comer o llevándoles al hospital más cercano. Es el Espíritu que conquistó los corazones de las jóvenes, guapas y alegres religiosas concitadas en el Escorial. El mismo que metió en las mentes y corazones de los profesores universitarios que se reunieron en la Basílica de San Lorenzo el deseo de saber y la misión de enseñar. El mismo Santo Espíritu que ha llamado a los jóvenes seminaristas que llenaron la Almudena para seguir a Cristo sumo y eterno Sacerdote. El que sostiene a los enfermos del instituto san Juan, y a tantos otros, y a los que con cariño y profesionalidad los cuidan y curan. El Espíritu Santo de Dios que sopló con fuerza en Cuatro Vientos, desafiando a los cristianos del siglo XXI para que estén firmes en su fe, para que no se les lleve el viento de la mediocridad, de lo fácil, de lo superfluo. Y la lluvia de gracias, que está llamada a engendrar los santos de nuestro tiempo, hombres y mujeres de oración, que descubren a Dios en su vida y en el prójimo, que se comprometen con su mundo mientras caminan hacia la patria celeste, y que se enfrentan pacífica pero enérgicamente ante la cultura de muerte que asola occidente, y que pronto barrerá otras latitudes. Y todo, contando únicamente con la fuerza del que se postra ante un signo pobre y débil: el Pan Eucarístico, que nos hace presente a Jesucristo en la Cruz, entregado y victorioso.


Muchas más cosas, y más desordenadamente aún, podría decir de mi jotaemejota. De seguro me servirá para predicar los próximos meses en mi parroquia. Y Dios quiera que el sello de Su vibrante presencia se imprima, indeleble, en nuestras vidas, y nos lance de una vez a vivir la santidad, la perfecta amistad con Cristo, a la que estamos destinados por gracia. Amén, Jesús.

sábado, 11 de junio de 2011

HIERRO Y FUEGO

Imaginen una barra de hierro, fría, sólida, de color negruzco. Imaginen ahora esa misma barra introduciéndose en una fragua, o en un horno, a cientos de grados centígrados. Imaginen a continuación la barra incandescente. El hierro, sin dejar de serlo, ha adquirido las condiciones del fuego: calienta, ilumina, resplandece, y ahora además puede ser moldeado.
Con esta bella imagen explicaba Orígenes –uno de los Padres de la Iglesia- la acción del Paráclito sobre los cristianos. El fuego del Espíritu enardece el corazón humano, capacitándolo para amar y perdonar como el mismo Dios lo hace.

Esto es lo que celebramos en Pentecostés: que el miedo humano se convierte en audacia, el temor en confianza, la tristeza en alegría, la muerte es vencida por la vida. Es la culminación de la Pascua, una Pascua que dura hasta nuestros días, y más allá. El Espíritu sigue haciendo que miles de hombres proclamen que Jesús es el Señor, y esto en toda lengua, por toda raza, a toda nación. El aliento que dio paz e incendió la primera Comunidad es el mismo que alienta HOY a la Iglesia.



Ojalá seamos capaces de transmitir en nuestro tiempo, en esta nueva evangelización, la paz, la alegría y el perdón de Jesucristo a todas las naciones, en todos los lenguajes, para edificación del bien común.
Feliz domingo. 

domingo, 29 de mayo de 2011

UN SÁBADO DE MAYO

Amanecemos temprano. Hoy es preciso rezar por la mañana, antes de que comience el fluir de la actividad. Si no, por la noche será muy tarde, y nos pillará cansados. Así que de ocho a nueve y pico lo dedicamos a la oración. Medito un texto precioso sobre el Buen Pastor escrito por el Papa en su primer volumen sobre “Jesús de Nazaret”. Después rezo el Oficio de lectura y las Laudes con otros compañeros de la casa sacerdotal. Las Horas, rezadas en comunidad, se gustan más.

Tras el desayuno repaso un poco el ritual de las Primeras Comuniones. Pienso de nuevo en la homilía, e intento fijar las ideas importantes, las que no puedo dejar de decirle a los niños. “Cuánto he deseado celebrar este banquete con vosotros” les dice el Señor. Ésta es importante. Les diré a los niños que Jesús, hoy, hace Alianza eterna con ellos. Un “pacto de sangre”, como hacían antes los jóvenes, cuando se herían para sellar de rojo carmesí una amistad verdadera. Pues Jesús ha entregado hasta la última gota. Esto se lo tengo que decir. ¿Y cuál es su parte del pacto? Les leeré las palabras de Benedicto XVI recordando su primera Comunión, a 69 años de distancia: “comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí (...) que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la vida (...) Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida –tenía 9 años- y que era importante permanecer fiel a ese encuentro. (...) Prometí al Señor: “quisiera estar siempre contigo” en la medida de lo posible, y le pedí: “ pero, sobre todo, estate tú siempre conmigo” Eso es, hay que permanecer fieles, en la oración, en la Eucaristía, en la Iglesia. Vale, creo que les ayudará.



Salgo hacia la Parroquia, con tiempo. Rezo el Rosario en el coche, y lo concluyo mientras aparco. Llego a la Iglesia y voy preparando las cosas. El Misal, las ofrendas, el pan y el vino, el sonido a punto, los cestillos... Vale, parece que está todo. Y comienzan a llegar las catequistas, y luego el coro, y después los niños, que se dejan fotografiar entre nervios e ilusiones. Están muy guapos, y parece que entienden que algo grande va a ocurrir en sus vidas, aunque no capten toda su hondura. ¿o a lo mejor lo entienden mejor que nosotros?



Comenzamos casi puntuales. Y todo se desarrolla según lo ensayado: leen, escuchan, sonríen, se traban, alguno se confunde... el “público” no se porta mal. Hace tiempo que muchos no pisan la Iglesia, pero tampoco hace falta que se lo recordemos. Les pedimos respeto, silencio y oración, y cumplen, las dos primeras al menos. Los niños se acercan a comulgar por vez primera –“¡la primera de muchas!” les digo- y les invito a sellar su alianza con Él. Su historia continuará, espero, y ojalá la vivan de la mano del Señor. Al concluir, aplausos, felicitaciones y más fotos. Tras abrazos y besos, nos despedimos de los niños y sus padres y recogemos el instrumental. No lo guardamos muy lejos, porque a la tarde hay otra tanda. Pero yo tengo otra agenda.

Comienzo a pensar ya en el bautizo de las 4 de la tarde. Es sólo una familia, será más sencillo. Son cuatro hermanos de padre español y madre guineana, aunque todos han salido a la madre. El segundo recibirá la Primera Comunión a las 6 de la tarde, por eso querían aprovechar y bautizar al pequeño. Les digo que sí, pero que debe ser a las 4 –hora intempestiva donde las haya- porque a las 5.30 tengo una Boda en Madrid. Después de comer hago memoria de lo que suelo predicar en los Bautizos. Nacer a una vida nueva, entrar en la familia de Dios, morir para tener vida. Algún ejemplo. Recordar la belleza de la vocación de los padres –y de los padrinos-. Vale. ¿y la Boda? Resulta que voy a casar a una amiga del instituto. Han elegido el Evangelio donde Jesús sentencia que “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Medito esta frase y pienso qué es lo que Dios ha unido. La humanidad y la divinidad en Jesucristo. El destino de Dios y de los hombres está sellado con una “aleación eterna”. Y me dispongo a buscar las palabras y las imágenes que muestren gráficamente que el amor de Natalia y Juan va a participar de ello, del Amor de los Amores.



En estas reflexiones me encuentro cuando caigo en la cuenta de que son ¡las 4! Menos mal que les dije que llegaran pronto. Llamo a la mamá del bautizando y me dice que están aparcando. Recuerdo la inolvidable frase que me dijo mi amigo “Jasmin” –a pesar del nombre, sacerdote de Madagascar- cuando nos conocimos en Malta estudiando inglés: “los europeos tenéis relojes; nosotros tenemos el tiempo”. Así justificaba su impuntualidad habitual...

Me revisto con alba y capa pluvial. Hace calor pero la liturgia y su belleza aconsejan su uso. A las 4.10 entran por la puerta, pero falta el padre. Enciendo las velas, coloco por tercerea vez el ritual, y entra el papá, con la corbata en la mano. Pregunta si alguien puede hacerle el nudo. Yo aguanto la situación y miro al personal: cuatro niños pequeños, la mamá, padrino, madrina y fotógrafa. Je, je, nadie sabe hacer nudos. El padre me mira a mí. Y yo no sé si explotar o romper a carcajadas. Así que cojo la corbata, dejo el ritual y el micrófono, y compruebo –año y medio después- que las cosas que se aprenden bien no se olvidan. Sobre el alba hago un elegante nudo doble como me enseñó a hacer mi padre. Después le colocó la corbata al papá, le bajo el cuello de la camisa y le digo que le queda bien. Y comenzamos el bautizo. Lo celebro con dignidad, aunque con más diligencia. Me ayuda como monaguillo el hermano de la criatura, y eso agiliza los movimientos. El peque en cuestión tiene ya dos años, por lo que en un par de ocasiones huye de la escena. En el momento de la aspersión del agua sobre su cabecita se porta. Me temía lo peor.



Termino el bautizo y en tiempo record me quito el alba, cierro las puertas de la Iglesia y cojo el coche rumbo a Madrid. Son las 4.50, por lo que tengo margen, si no hay imprevistos. Conduzco al límite legal, mientras repaso en mi cabeza lo que tengo que hacer al llegar: buscar a las lectoras para ensayar, escribir el nombre de los difuntos en las peticiones, probar los micros, registrar el Misal... Y llego sobrado. Aún faltan 15 minutos. Preparo las cosas, respiro hondo, me revisto, y llega la novia.

La ceremonia transcurre como debe. Paula, la niña de 2 años de la pareja que caso, pone el toque desenfadado a la celebración. Pasea alrededor de sus padres. La verdad es que es riquísima. Proclamo  las Lecturas, predico el Evangelio de la familia que nos ha traído Jesús. Me contengo un poco para no hablar de cuando íbamos al instituto. Preparo el Altar, consagro y les doy la Comunión. Jesús se nos entrega para enseñarnos a dar y recibir la vida. En eso consiste el matrimonio, y –con acentos- la vida cristiana.



Las firmas sellan con tinta lo que Cristo ha unido. Y el Aleluya de Haendel que acompaña a la salida de los esposos expresa bien el gozo y la grandeza de lo sucedido. Yo salgo corriendo. Quiero llegar al final de las comuniones en mi parroquia para felicitar a los niños y saludar a los papás. Varios de ellos han sido fieles alumnos de las escuelas de padres –más bien de madres, la verdad-.

A las 19.00 estoy entrando en el patio parroquial, justo cuando los niños salen risueños tras haber recibido a Jesús. Besos, enhorabuenas y... fotos. Al terminar, procedemos al “ritual” semanal: el sacerdote acompaña a las catequistas a celebrar que todo ha ido bien compartiendo un refresco. Comentamos las mejores jugadas –yo las de la mañana, y ellas me informan de las de la tarde-. Están contentas, lo estamos todos. Al rato me retiro para descansar y preparar las homilías dominicales. Debo preparar la de niños y la de adultos. Y como además habrá rastrillo benéfico pro campamentos de verano, pues aún quedan detalles que concretar.



Ya de regreso a mi residencia, comparto una cena frugal y entretenida con otros compañeros sacerdotes; nos reímos con las anécdotas de la jornada, nos alegramos por los frutos que dos años de catequesis van apareciendo en los niños de nuestras parroquias. Y acabamos rezando juntos en la capilla, reponiendo fuerzas, descansando en el Señor, y disponiéndonos para celebrar Su día, el Domingo, el día del Señor. Que lo sean todos, aunque no hace falta que sean tan intensos como este sábado de mayo.

sábado, 28 de mayo de 2011

LA HERENCIA DE JESÚS

Jesús nos presenta en el Evangelio de hoy su testamento, aquello que nos deja en heredad, y las cláusulas que debemos cumplir para poder disfrutar de los bienes que nos lega. ¿Cuáles son? Ni más ni menos que el “Espíritu de la verdad”, un espíritu que además nos acompañará por los siglos. De este modo Jesús –a pesar de su inminente marcha al Padre- no nos deja huérfanos, sino que mantiene su presencia por medio de su Espíritu, en su Iglesia. Y es que Él sigue viviendo.

¿Cuáles son las cláusulas para gozar de semejante herencia? Muy sencillo: guardar sus mandamientos, especialmente el nuevo, el primero, el definitivo. “El que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré, y me revelaré a Él”. Sólo hay una razón –nos decía Benedicto XVI en su primera Encíclica”Deus charitas est”- por la que Dios pueda mandarnos amarle: y es porque Él nos ha amado primero, nos ha amado hasta el extremo. Y este amor de caridad, que lleva a plenitud el eros humano, sólo transforma la vida del cristiano y la faz de la tierra, cuando se ve correspondido, cuando es recíproco. Por eso, si le amamos, guardaremos sus mandamientos.

Entonces no podremos por menos que hacer como el diácono Felipe, y predicar a Cristo resucitado allá donde nos encontremos. Y sucederá como atestigua el libro de los Hechos que escucharemos como primera lectura, y nuestra ciudad, barrio o pueblo se llenarán de alegría. Porque sabremos dar razón de nuestra esperanza a nuestros hermanos los hombres, y porque en nuestro corazón, con nuestra vida, glorificaremos al Señor.

Qué hermosa vida, en lo íntimo de la conciencia y en medio de la plaza pública, la que Cristo resucitado nos trae. Que la tierra entera le aclame.

Feliz domingo

sábado, 14 de mayo de 2011

CÓMO SABER QUIÉN ES EL BUEN PASTOR

Hoy conmemoramos el domingo del Buen Pastor. Las lecturas nos acercan a una figura tradicional en el judaísmo, pero muy lejana para nuestra moderna sociedad urbana. ¿Qué viene a decirnos la Escritura con esta entrañable imagen? En realidad, viene a mostrarnos rasgos valiosísimos de nuestro Dios.



En primer lugar, que contamos con alguien que nos guía, que nos cuida, que vela por nosotros. Y no es cualquiera, es el Señor en persona. Él sabe el camino –él mismo es el camino- y por eso marcha delante de nosotros, para mostrarnos la senda que conduce hacia fuentes tranquilas, como recitaremos en el salmo. Como el Buen Pastor conoce a sus ovejas, éstas le siguen. Sólo deben estar atentas a distinguir las voces extrañas, las que no quieren pastorear, sino manipular, utilizar, aprovecharse de la oveja.



La prueba para distinguir al buen pastor del asalariado, que pronto pasa a ser salteador y ladrón, es ésta: el pastor conoce a sus ovejas, y da la vida por ellas, sirviéndolas, abriendo el camino, preparando pastos.



El Buen Pastor, hoy, sigue dando la vida, entregándose en cada Eucaristía. Sigue reparando nuestras fuerzas, por medio del reparador sacramento de la reconciliación. Nos protege y guía, con su cayado, por medio de sus obispos y sacerdotes, prolongación suya en medio del mundo. Y prepara ante nosotros la Mesa de su Palabra y de su Cuerpo. En abundancia nos prometió vida, y en abundancia nos la sigue concediendo. Bendito sea el Buen Pastor.

Feliz domingo

sábado, 30 de abril de 2011

EFECTO RESURRECCIÓN

Es entusiasmante comprobar en las lecturas de este domingo que la Iglesia es –en esencia- lo que era; en palabras de san Lucas –autor del libro de los Hechos que se proclamará como primera lectura- la Iglesia escuchaba la enseñanza de los Apóstoles, celebraba junta la fracción del pan –es decir, la Eucaristía- llevaba un estilo de vida común, y se sostenía en la oración. Lejos de algunos tópicos trasnochados, nuestra Iglesia, la de hoy, ha sido y es fiel a la comunidad primitiva. Vive, como nos dirá san Pedro en la segunda lectura, de la fuerza de Dios custodiada en la fe; vive sufriendo pruebas diversas –como el oro en el crisol-; y vive –sobre todo y por encima de todo- de Jesucristo resucitado.



Y no necesitamos haberle visto en carne mortal para amarle, para creer en Él, porque Jesús está vivo, está presente. Hasta nosotros llega la fuerza desbordante de su victoria sobre la muerte. Se trata de lo que podríamos llamar el “efecto Resurrección”. ¿En qué consiste? Se trata de una reacción desproporcionada, desbordante, ante la presencia de Cristo resucitado. Lo vemos en el evangelio de hoy. El “efecto resurrección” transforma a hombres atemorizados en personas llenas de alegría; convierte al grupo que se protegía y encerraba por miedo a los judíos, en valientes propagadores de la Buena Nueva a los cuatro vientos, a todos los hombres.



En esto consiste la divina misericordia que hoy celebramos: en que Dios se ha acercado a nosotros, ha vencido nuestros males, y nos ha dado vida en su nombre. Lo fuerte es que el “efecto resurrección” permanece en el tiempo y nos alcanza a nosotros, como hizo con Juan Pablo II –beato súbito-. Le pedimos su intercesión para disipar las dudas que –como Tomás- también nosotros podamos tener, que nos postremos con él para proclamar a Jesús como nuestro Señor y nuestro Dios, para que creyendo tengamos vida en su nombre.
Feliz domingo


sábado, 19 de marzo de 2011

CUARESMA: SUBIENDO HACIA LA CIMA

Hoy Jesús, además de a Pedro, Santiago y Juan, nos llama a cada uno de nosotros a subir con Él a la montaña alta. Se trata –la Iglesia así lo ha visto- de una metáfora del camino cuaresmal que estamos recorriendo. Una especie de peregrinación hacia lo alto, en la que ponemos lo mejor de nosotros mismos y tratamos de soltar lastre, de quitar peso. Es una versión del “sal de tu tierra” que dirigió Dios a Abrahán, y que hoy escucharemos en la primera lectura. Para el patriarca este éxodo, este dejar su hogar, implicó enormes renuncias y una promesa que valía la pena: por ti serán benditas todas las familias del mundo. Los que reconocemos en Abrahán nuestro padre en la fe damos gracias por su osadía al aceptar la invitación de Dios.



Y los que ahora estamos en camino, en esta ascensión cuaresmal, entendemos bien las palabras que san Pablo dirige a Timoteo en la segunda lectura: “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio”. Con todo, somos conscientes de que la obra se realiza no por nuestros méritos, sino según la fuerza de Dios.


Sólo queda una cosa por aclarar: ¿qué nos espera en la cima? La transfiguración. Se trata de ese rayo poderoso, que en medio de los nubarrones –a veces en forma de Tsunami, otras en forma de revolución o persecución- nos trae la luz a nuestras vidas, nos señala el camino a recorrer y nos dice que la meta es hermosa, y que está al alcance de nuestras posibilidades. Se trata del Hijo, del amado, del predilecto. Él es la cima. No extraña que Pedro exclamara “¡qué bien se está aquí!”

A la cumbre se llega escalando, como a la Pascua. Hacia ella seguimos mirando.

Feliz domingo

sábado, 5 de marzo de 2011

SIN MÁSCARAS

En estos días en que muchos celebran el Carnaval, Cristo nos invita en el Evangelio de hoy a vivir sin máscaras, a ser uno y el mismo en el decir y en el obrar.
En estos días en los que desde altas instancias se nos vuelve a decir que la religión hay que vivirla de puertas adentro (http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=14183), Moisés -en el libro del Deuteronomio- nos exhorta a grabar las palabras de Dios en el corazón, y a mostrarlas públicamente, atándolas en las muñecas –signo del trabajo- y poniéndolas de señal en la frente, para que todo el mundo las pueda ver. Habrá que decidir a quién obedecemos.
Y en estos tiempos en que cada vez más las leyes determinan lo que podemos hacer, y a la velocidad a la que debemos hacerlo, san Pablo en la carta a los Romanos nos recuerda que el hombre se justifica por la fe en Cristo, no por la ley.



Y el que vive en unidad, en coherencia entre lo que habla y lo que obra, escuchando a Dios y poniendo en práctica sus mandatos, edifica su casa –su vida- sobre roca, la roca que es Cristo. Él es la bendición de la que nos habla la primera lectura.
La maldición consiste –precisamente- en construir la existencia al margen de Dios, como si Él no existiera. Incluso las buenas obras –profetizar y expulsar demonios- si no se hacen en unión con Cristo, nos dejan vacíos, nos saben a poco.



Al Cielo se va, y se comienza ya a vivir, cumpliendo la amorosa voluntad que Dios tiene para cada uno de nosotros. Arraigados y edificados en Él, ni las lluvias secularistas, ni los ríos revolucionarios, ni los vientos de doctrina, podrán tumbar la casa, que está firme en la roca, que es Cristo.
Feliz domingo

sábado, 19 de febrero de 2011

EXTREME LOVE

Un rasgo propio de nuestros días es el deseo de vivir experiencias límite: lo vemos en algunos deportes de reciente creación, o simplemente en conductas cotidianas excesivamente arriesgadas. ¿A qué responde? Tengo para mí que es un rasgo –desgraciadamente muy mal encauzado con frecuencia- del deseo de absoluto que anida en el corazón humano.



Jesús -en el Evangelio de este domingo- viene a poner sentido y dirección a ese potente anhelo de infinito. Nos pide que amemos hasta el extremo. Ésa es la medida, no sólo con los amigos –que se da por supuesto- sino con nuestros mismísimos enemigos: pon la otra mejilla, sé generoso, haz el bien. El Señor tiene la osadía de lanzarnos a un perdón y a una benevolencia que superan lo humano a la vez que lo realizan. ¿Cómo es posible? El fragmento del Levítico que escucharemos en la primera lectura nos da la clave: “Seréis santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Es Él quien nos da la fuerza y el coraje para amar a nuestros enemigos y rezar por nuestros perseguidores. Y con ello nos da lo más grande: su misma vida. Ésta es la vocación de todo hombre, ser perfecto como el Padre, es decir, tener su Amor, su Misericordia, participar de su Gloria.



Nos parece inalcanzable e inconcebible. Sólo el testimonio de Cristo, y el de tantos cristianos a lo largo de la historia, nos convencen de que es posible vivir en el extremo. A él nos lleva el Espíritu Santo que habita en nosotros, que nos hace templos de Dios, nos dice san Pablo en la segunda lectura. Y concluye, como hacemos hoy nosotros, con la certeza de que todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Feliz domingo. 

sábado, 5 de febrero de 2011

SAL DE LA TIERRA, LUZ DEL MUNDO

Está claro que quienes proponen –o más bien exigen- a los creyentes que reserven para el ámbito privado su vivencia religiosa no han leído el Evangelio, o al menos no han leído el pasaje que este quinto domingo del tiempo ordinario proclamaremos en la Eucaristía. “No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa” dice el Señor; y por si no quedaba claro, concluye con estas palabras: “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo”

No podría ser de otra manera. El fuego de la fe, la esperanza y la caridad no nos ha sido regalado para ocultarlo bajo una campana –que lo ahogaría- sino para que ilumine, caliente y enardezca nuestra vida, y la de nuestros prójimos. Es la dinámica del don: lo que hemos recibido ha de ser entregado, propagado, difundido.



Nuestro mundo entiende y aprecia las obras de caridad que la Iglesia y sus hijos llevan a cabo. Es difícil leer al Profeta Isaías en las palabras que hoy nos dirige (Is 58, 7-10) y no pensar en tantas instituciones entregadas a los más necesitados. “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo”. Las Hijas de la Caridad, las Hermanitas de los pobres, la familia hospitalaria de san Juan de Dios, las Misioneras de la caridad y tantísimas otras familias religiosas –por no hablar de Cáritas o Manos Unidas- pueden decir con humildad y verdad que siguen los pasos del Señor, las buenas obras a las que Jesús nos lanza.



A ningún simpático laicista se le ocurriría decir –al menos nunca lo he oído- que los cristianos debemos practicar la caridad en nuestro ámbito privado, en el fuero interno. Que los comedores para pobres y las casas de acogida molestan, y que igual que los crucifijos, deben ser erradicados de la vida pública.



Quizá no entiendan, y hoy nos lo viene a recordar san Pablo (1 Co 2, 1-5), que los cristianos somos, vivimos y proclamamos no una filosofía, menos aún una ideología, sino a Cristo, y éste crucificado. Y por eso no podemos dejar de servir al prójimo ni de anunciar el Evangelio, y ambas realidades de forma inseparable.



Todo ello con debilidad, temerosos a veces por nuestro barro, pero firmes en el poder del Espíritu, que nos hace sal de la tierra y luz del mundo, una luz que no es nuestra, pero que nos ha cautivado. Qué hermosa misión, hermanos en Cristo, nos ha dejado el Señor. Que brille para gloria de nuestro Padre.

Feliz día

sábado, 22 de enero de 2011

GRACIA Y CONVERSIÓN: DON Y TAREA

Las lecturas del tercer domingo del Tiempo Ordinario traen una sugerente invitación. Aquí te la presento.

San Mateo nos presenta en el Evangelio de hoy las primeras palabras que Jesús dirigió al pueblo de Israel, y por extensión a toda la humanidad: “convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Vemos en esta expresión la pareja que caracteriza la obra de Dios en nosotros: se trata de un don y de una tarea.



¿En qué consiste el don? Utilizando las palabras de Isaías recogidas en la primera lectura, se trata de la luz grande que ha iluminado al pueblo que caminaba en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras. La consecuencia de este regalo es inminente, según el profeta: acreciste la alegría, aumentaste el gozo.



Cabría preguntarse si esta reacción ante la luz que viene de lo Alto es automática, si todos se regocijan ante esta buena noticia. Mucho nos tememos que no es así. A cuántas personas molesta una claridad que pone en evidencia sus oscuridades, sus egoísmos, sus tinieblas. Basta con echar un vistazo a la carta de san Pablo a los Corintios que escucharemos hoy. “Os ruego –dice el Apóstol- en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos...” Y sigue la Epístola diciendo: “me he enterado que hay discordias entre vosotros”.



Para que la luz sea beneficiosa, no basta con exponerse a ella, es preciso desperezarse, limpiar las legañas que ensucian el corazón, en una palabra, mirar a Jesús para poder convertirse. Ésta es la tarea. Es hermosa y en ella nos va la vida, y el Reino. Manos a la obra.


sábado, 15 de enero de 2011

SIERVOS DEL MUNDO Y SIERVOS DE DIOS

Todos servimos a alguien, ¿no creéis? Algunas servidumbres son explícitas, se notan, y hasta les ponemos nombre: sirvo al jefe para que me vaya mejor; sirvo a la moda –y voy a la idem- para que me acepten; sirvo a ciertas personas o intereses por futuros beneficios. Hay quien sirve a su familia, y lo da todo; o al prójimo, y da más. Incluso hay quien sirve a Dios, y entonces no da, sino que se da. Algún gracioso habrá que diga que él a quien de verdad rinde servidumbre es a su señora esposa. Y puede que algún cínico –o simplemente un despistado existencial- piense que él no sirve a nadie (algo parecido dijo Lucifer, por cierto) y resulta que idolatra a un personaje de su misma estatura y complexión, y que responde –coincidencias de la vida- a su mismo nombre.



Al final, siervos del mundo o siervos de Dios. La primera lectura de la Eucaristía dominical habla, precisamente, del siervo de Dios que el Creador mira con sano orgullo. Hoy esta expresión la reservamos en la Iglesia para aquellos hombres y mujeres que han mostrado con sus vidas un destello del amor y bondad divinos. Son aquellos de los que se comienza el proceso de canonización, el camino que lleva a los Altares.



Esta semana, seguro que lo saben, nos hemos quedado sin un siervo de Dios. No es que hayan descartado a ningún candidato como no apto para seguir el rumbo al Cielo, sino que a uno de ellos le han “ascendido”: se llamaba Juan Pablo, y le quería todo el mundo.



Estoy seguro de que millones de personas se han alegrado con la noticia. Vienen a nuestras retinas las imágenes de aquella riada humana en la que se convirtió Roma durante los días de sus funerales, en abril de 2005. Recuerdo perfectamente las palabras de mi madre al informarme de que mi hermana –que no pisaba la Iglesia desde hacía veinte años- se puso a llorar al conocer el fallecimiento del Pontífice. Y es que, si no era todo el mundo, te faltaba poco, Juan Pablo.



Pero esta misma semana, cosas de la vida, cerraban la única capilla católica que existe en la universidad pública en Barcelona. Y ha coincidido también que se ha conocido en estos días el lapsus –olvidos los tiene cualquiera- de la Comisión Europea al editar una agenda escolar para el presente ejercicio en el que están reflejadas las más importantes fechas –incluidas las fiestas religiosas musulmanas e hindúes-, pero falta el pequeño detalle de resaltar el 25 de diciembre o el Viernes Santo. Detalles. Por no decir nada del silencio bochornoso de los medios de comunicación e instituciones occidentales ante la persecución a los cristianos en Egipto, Irak, China, Afganistán o India, por poner algunas naciones.



Pues a esas naciones quiere enviar el Señor a su Siervo: es poco que reúnas a las tribus de Israel. “Te hago luz de las naciones para que mi Salvación alcance hasta el confín de la tierra”. ¿A los vándalos de Barcelona que entraron con bocatas en la capilla universitaria? A esos. ¿Y a los terroristas islámicos de Al-Qaeda y sus colegas? También. ¿Y a los laicistas excluyentes de nuestra querida Europa? Con más razón.

Pero para que el Siervo sea luz deberá convertirse en el Cordero, el que quita el pecado del mundo. La Víctima inocente que toma sobre sí la maldad que agrieta nuestra existencia, y la lava con el bautismo del Espíritu, y la purifica con su fuego. Para eso dio –da- la vida Jesús. Y después, cuando dejamos de ser siervos del mundo para convertirnos en hijos de Dios, su llama nos enardece para iluminar y dar calor, que falta hace.



Y con las ganas que dan de olvidarse de tanta hostilidad o indiferencia mundanal, el Señor no nos deja, y nos pide –cristianos- que seamos luz de las naciones, hasta los confines de la tierra. Y que salgamos a anunciar a Cristo que viene –como Juan Bautista- y el Señor hará el resto. Para eso está el Tiempo Ordinario litúrgico, para dejar que Dios haga su obra en nosotros, a fuego lento, como los buenos platos. Que haga su obra maestra, como la hizo en Juan Pablo II, como la quiere hacer en ti.