sábado, 30 de abril de 2011

EFECTO RESURRECCIÓN

Es entusiasmante comprobar en las lecturas de este domingo que la Iglesia es –en esencia- lo que era; en palabras de san Lucas –autor del libro de los Hechos que se proclamará como primera lectura- la Iglesia escuchaba la enseñanza de los Apóstoles, celebraba junta la fracción del pan –es decir, la Eucaristía- llevaba un estilo de vida común, y se sostenía en la oración. Lejos de algunos tópicos trasnochados, nuestra Iglesia, la de hoy, ha sido y es fiel a la comunidad primitiva. Vive, como nos dirá san Pedro en la segunda lectura, de la fuerza de Dios custodiada en la fe; vive sufriendo pruebas diversas –como el oro en el crisol-; y vive –sobre todo y por encima de todo- de Jesucristo resucitado.



Y no necesitamos haberle visto en carne mortal para amarle, para creer en Él, porque Jesús está vivo, está presente. Hasta nosotros llega la fuerza desbordante de su victoria sobre la muerte. Se trata de lo que podríamos llamar el “efecto Resurrección”. ¿En qué consiste? Se trata de una reacción desproporcionada, desbordante, ante la presencia de Cristo resucitado. Lo vemos en el evangelio de hoy. El “efecto resurrección” transforma a hombres atemorizados en personas llenas de alegría; convierte al grupo que se protegía y encerraba por miedo a los judíos, en valientes propagadores de la Buena Nueva a los cuatro vientos, a todos los hombres.



En esto consiste la divina misericordia que hoy celebramos: en que Dios se ha acercado a nosotros, ha vencido nuestros males, y nos ha dado vida en su nombre. Lo fuerte es que el “efecto resurrección” permanece en el tiempo y nos alcanza a nosotros, como hizo con Juan Pablo II –beato súbito-. Le pedimos su intercesión para disipar las dudas que –como Tomás- también nosotros podamos tener, que nos postremos con él para proclamar a Jesús como nuestro Señor y nuestro Dios, para que creyendo tengamos vida en su nombre.
Feliz domingo