sábado, 10 de noviembre de 2012

LOS ARGUMENTOS DE LA SOCIALISTA AROZ FRENTE AL "MATRIMONIO GAY"

Se ha preguntado recientemente si algún diputado o senador del PP abandonará las filas de los Populares ante la decisión del Ministro de Justicia de no alterar la conocida como "Ley de matrimonio homosexual". El trasfondo de la cuestión es el siguiente: en el año 2005, y ante la aprobación por parte del Gobierno socialista de dicha ley, la senadora del PSC Mercedes Aroz, la más votada en su circunscripción, decidió abandonar su partido y con él su escaño por estar en contra de esta legislación tan profundamente injusta, y que además atentaba contra sus convicciones.



¿Habrá algún militante del PP que tenga esta altura moral? Jorge Fernández, Ministro de Interior, ha manifestado su rechazo a la ley, pero: ¿es todo lo que se le puede pedir a un partido que afirma en su ideario inspirarse en el "humanismo cristiano"? Señor Gallardón, que aún no ha tenido la decencia de modificar la ley sobre el aborto -a pesar de que así lo incluía el programa electoral del PP- le dedico los seis argumentos seis que esgrimió la diputada Aroz para oponerse al mal llamado matrimonio homosexual, para que aprenda lo que es un razonamiento jurídico y político basado en la verdad de las cosas y en la búsqueda del bien común. Y lo firma una socialista (claro, una socialista que ha tenido que abandonar el PSC-PSOE, todo sea dicho).



1- Como legisladora, considero que las normas jurídicas deben garantizar el bien común, algo que esta ley no cumple a mi juicio, ya que no mantiene el equilibrio necesario entre la ampliación de los derechos civiles para la minoría homosexual y la salvaguarda de los intereses generales.


2.-Coincido, en mi oposición a esta Ley, con las posiciones sobre esta cuestión de buena parte de la socialdemocracia europea y las del socialismo francés que representa Lionel Jospin, así como con los argumentos jurídicos expresados por organismos representativos, como el Consejo de Estado y el Consejo General del Poder Judicial. Mi crítica es a la regulación jurídica concreta por la que se ha optado para el reconocimiento de derechos a la unión de personas homosexuales, que rompe la configuración objetiva del matrimonio y no da prioridad a los derechos de la infancia.


3.- La Ley confunde una institución de relevancia social, como es el matrimonio, con formas de convivencia basadas en la orientación sexual que, como reconoce la propia Ley, son algo de trascendencia personal, aunque puedan generar derechos. Por el contrario, la unión de un hombre y una mujer en la que se basa el matrimonio, de la que procedemos todos y que asegura el futuro de la humanidad, genera beneficios sociales y requiere, por ello, una regulación jurídica propia y una protección adecuada.


4.- La Ley va más allá de equiparar uniones homosexuales y matrimonio, ya que propone cambiar la esencia de la institución matrimonial basada en la ley natural y civil, y de la que procede también el matrimonio canónico. Esta alteración del matrimonio implica debilitar la institución más importante de la sociedad. Y no parece que convenga a la sociedad, en su conjunto, que se debiliten instituciones jurídicamente consolidadas que son su propio cimiento.


5.- Con respecto a la adopción, no hay estudios concluyentes sobre los efectos para el desarrollo armónico de los niños en parejas del mismo sexo. Hay opiniones contradictorias de los expertos. Por tanto, ante la duda, hay que inclinarse por anteponer los derechos de los menores que, según nuestro ordenamiento jurídico, han de tener prioridad absoluta para el legislador.


6.- Finalmente lamento que, en una Ley de esta trascendencia, no se haya propiciado un gran consenso parlamentario y que se haya creado una situación de fuerte división social, desoyendo la posición contraria de millones de ciudadanos españoles representados por otros partidos políticos democráticos y expresada también a través de asociaciones e instituciones importantes de nuestra sociedad, especialmente cuando hay otras alternativas. Valga el ejemplo de la reciente Ley aprobada en Suiza, que denomina a la unión homosexual Pacto Civil de Solidaridad (PCS), que no equivale al matrimonio ni permite adoptar, pero equipara los derechos en el ámbito fiscal, penal, de sucesiones, de Seguridad Social y de jubilación.

  

miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL "SÍ" DE LA IGLESIA ANTE EL "MATRIMONIO HOMOSEXUAL"


“Detrás de cada “no” que pronuncia la Iglesia se esconde un gran “SÍ” dirigido a toda la humanidad”. Así explicaba Benedicto XVI el sentido de los Diez Mandamientos. Lo hizo en enero del 2006, en la Capilla Sixtina, en la fiesta del Bautismo del Señor. Cuando la Revelación proclama el Decálogo, cuando la Iglesia lo transmite, cuando se explica en la catequesis, se predica en las homilías, se defiende en artículos y programas, ¿Qué mensaje estamos lanzando al mundo, al hombre de hoy? Un mensaje positivo, no pesimista. Un mensaje iluminador, no oscurantista.



Detrás del “no matarás” hay un gran SÍ  a la vida, a toda vida, desde su concepción hasta su conclusión natural. Y no sólo a la vida física, biológica, sino también a la vida moral, a la propia honra, a la buena imagen de la persona. 

Detrás del “no robarás” hay otro gran SÍ, que llama a respetar con delicadeza al prójimo, y su propiedad legítima. Hay también un sí a un estilo de vida sencillo, no materialista, que no busca en las riquezas el sentido de la vida. 

Tras el “no mentirás” hay un SÍ a la verdad, a crear relaciones sinceras, fundadas en la confianza de que el otro no te engaña. Una sociedad sin verdad es imposible que permanezca, porque se extiende la sospecha, y no se pueden crear relaciones firmes y duraderas. 

“No codiciarás los bienes ajenos” en el fondo es otro SÍ: está basado en la convicción de que lo que cada uno ha recibido es más que suficiente para alcanzar una vida lograda. Hemos recibido la vida, hemos recibido una familia, y con todo ello, en buena lógica, hemos sido objetos de amor, motor de la existencia. El décimo mandamiento, traducido, sería un “SÍ, tu vida es valiosa, tú eres valioso a los ojos de Dios. No necesitas esto o lo otro para que tu vida tenga sentido”. 



Y llegamos al sexto y noveno mandamiento: no cometerás actos impuros, no consentirás pensamientos impuros. ¿Qué “SÍ” encontramos tras estos preceptos? Muy fácil, el sí al amor verdadero, ese del que nos habla san Pablo en su primera carta a los Corintios: el amor que es paciente, que no se engríe, que no lleva cuentas del mal, que goza con la justicia y la verdad. El amor que cree sin límites, que espera sin límites, que aguanta sin límites. El amor que no pasa nunca. Esta relación de entrega y donación, también de acogida, no puede construirse a partir de gestos egoístas, del deseo de posesión y de placer que lleva a hombres y mujeres a relaciones sexuales efímeras e individualistas, en el fondo, profundamente inhumanas. Hasta aquí, los “SÍ” del Decálogo. Avancemos.

Hace dos días el Tribunal Constitucional sentenciaba que el así llamado “matrimonio homosexual” no era contrario a la ley fundamental española. El recurso de inconstitucionalidad presentado hace 8 años era rechazado; el actual gobierno ha dicho que -ante esta sentencia- no van a reformar ni derogar dicha ley. Por tanto, en España la unión de dos hombres o de dos mujeres podrá ser llamada -legalmente- matrimonio.

La Iglesia, a través de su magisterio, de sus pastores, siguiendo la enseñanza recogida en el Catecismo, lamenta profundamente esta situación. Hoy me gustaría que nos preguntáramos el porqué de esta posición.

¿Por qué la Iglesia, esa institución que predica el amor de Dios y el amor al prójimo, un amor incondicional, se opone a la legalización de las uniones homosexuales como matrimonio? ¿Por qué la Iglesia, que atiende a millones de personas sin distinción de religión, raza, sexo, condición económica o política, ni tampoco orientación sexual, por qué se opone? ¿Por qué si acompaña a presos en las cárceles, a enfermos en los hospitales, a ancianos en las residencias, a pobres y marginados en Cáritas, en comedores sociales, en albergues... Por qué esa iglesia que atiende en todo el mundo al 25% de enfermos de SIDA -muchos de ellos de tendencia homosexual- por qué dice que no pueden unirse en matrimonio? ¿Por qué sostiene una postura tan impopular, por la que no recibe ninguna alabanza, sino más bien insultos y blasfemias? ¿Por qué se deja crucificar mediáticamente la Iglesia al mantener su visión sobre el matrimonio?



Formulado de otra manera: ¿Qué gran “sí” hay detrás de este incómodo “no”, de este “no” que escandaliza a muchos de nuestros contemporáneos?    

Pues ni más ni menos que el bien de la persona, el bien de la sociedad; y como para eso existe la Iglesia, para comunicar a los hombres la verdad que les hace libres y dichosos, pues es capaz de jugárselo todo, aunque duela. Trataré de explicarlo.

Todos los seres humanos nacemos fruto no de nuestra voluntad, sino de la voluntad de otro. No es decisión nuestra. Nacemos, además, como seres de la especie humana, y lo hacemos en una de estas dos modalidades: hombre o mujer. No hay otra. Y tampoco esto lo decidimos, nos es dado. Si lo pensamos un poco, lo primero que captamos de otra persona, lo más inmediato, es si se trata de un hombre o de una mujer, de un niño o de una niña. Si es lo primero, será que tiene importancia.



Ser hombre y ser mujer tiene muchas implicaciones. Las físicas son evidentes, aunque ahora para muchos no lo sean tanto. Físicamente el hombre es más robusto, tiene un timbre de voz más grave, mayor corpulencia, tiene más vello -con “v”, me refiero a la barba, las piernas...- y cuenta con un aparato sexual externo. 

La mujer tiene un cuerpo más estilizado, rasgos más suaves, voz más aguda. En la pubertad su desarrollo le desvela una condición esencial: su cuerpo se prepara para engendrar vida. Por eso se ensanchan sus caderas, crece el pecho y comienza a ovular. Su órgano sexual es interno. El cuerpo de la mujer grita su hermosa condición de generadora y protectora de la vida. 

Observando esta condición, cualquiera cae en la cuenta de que los cuerpos masculino y femenino han sido diseñados para complementarse. Unos cóncavos, otros convexos. Además, de la unión íntima del hombre y la mujer emerge la vida; es del único modo del que surge vida humana, de la unión de los gametos masculino y femenino. Se trata de un hecho empírico. No se lo ha inventado la Iglesia. 

Pero la complementariedad entre hombres y mujeres no es sólo en el aspecto físico y sexual, también en el psicológico. El cine, el teatro, la literatura, se han hecho eco de estas diferencias evidentes de carácter, de rasgos psicológicos. Desde el “Diario secreto de Adán y Eva” de Mark Twain hasta el “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” más reciente de John Gray, cualquier observador capta las diferencias complementarias. Esa tendencia masculina a racionalizarlo todo, frente a una mayor capacidad intuitiva de la mujer; o esa capacidad femenina a la comunicación, frente a una mayor dificultad para expresar sentimientos que vemos en los hombres.



Concluyendo este razonamiento. Hemos recibido todos el ser, lo hemos recibido en la modalidad hombre o mujer, nos descubrimos complementarios a la vez que mutuamente atraídos. De la unión de ambos sexos surge la vida. Éstos son los hechos.

Una mirada reflexiva sobre ellos apuntan a una de las verdades fundamentales del ser humano: hemos sido creados para la unión. Si a esa mirada sumas la luz de la fe, entonces enriqueces la fórmula: hemos sido creados a imagen del Dios trinitario, que es Comunión de personas, y por tanto tenemos marcado en el corazón ese destino, la comunión con Dios y con el prójimo. En la unión entre hombre y mujer se visibiliza y se comienza a vivir esa vocación al amor, al amor verdadero, del que además surge la vida fruto de la procreación, es decir, de colaborar en la obra del Creador. 

O sea, un plan formidable, pensado por el más formidable de los seres, el Dios que es amor y que ama y nos enseña a amar. Para eso nos ha creado.



De las enseñanzas del Beato Juan Pablo II sobre la vocación humana al amor inscrita en el cuerpo del hombre y la mujer, habría mucho que ampliar, y muy hermoso. Especialmente lo que se refiere a la sanación que viene a obrar Cristo en nuestra vida, que cura el desorden del pecado, la esclavitud de las pasiones desnortadas y nos posibilita amar de verdad. Pero hoy no es el tema, sólo lo menciono por si algún lector decide adentrarse en la teología del cuerpo, verdadero mensaje liberador para nuestros días.

Para terminar de abordar el tema, añado siquiera brevemente dos puntos, uno muy conocido y otro menos. 

El muy conocido es la mirada que tiene la Iglesia sobre las personas con tendencia homosexual. Está recogido en el Catecismo, no invento nada. En el número 2357-58 lo deja claro. Cito lo fundamental:

“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplorado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (Cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Declaración “Persona humana” 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” 2357



“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”. 2358

El cristiano -aunque sea con buena intención- que desdiga estas palabras debe saber que está poniéndose por encima de la fe de la Iglesia, y eso es mucho ponerse. Y puede ser por exceso o por defecto, es decir: por mirar a las personas homosexuales con desprecio, o por apoyarlas en su práctica desordenada.

El punto menos tratado con el que termino es el siguiente. ¿Por qué un estado se mete a regular una relación personal? ¿Por qué el gobierno de una nación legisla sobre el matrimonio, y no lo hace -por ejemplo- sobre la amistad? Es una cuestión de filosofía política, que intento sintetizar. 


Los estados, desde hace siglos, entran a legislar el matrimonio no por su condición de relación íntima entre dos personas, por el amor que se tienen, sino por su dimensión social. ¿Cuál es? El hecho de que un hombre y una mujer se unan para formar una familia -tener hijos- y que se comprometan en una relación de mutua ayuda, estable, y de cuidado de la descendencia supone para cualquier sociedad un bien grandísimo, es más, una cuestión de supervivencia. Por esta razón se legisla, se otorga derechos, a un contrato matrimonial.

Si otro tipo de unión -en el caso que nos ocupa, la de dos personas del mismo sexo- no ofrece alguno de estos elementos -el de la procreación, seguro; el de la estabilidad, en mucha menor medida-, es una grave injusticia, un daño para las personas y para la sociedad, legislarlo como matrimonio, llamarlo de esta manera y concederle las mismas prerrogativas. 



Termino como empecé. Detrás de cada no de la Iglesia hay un gran sí, un hermoso sí, un sí fundamental. Los cristianos debemos estar dispuestos a dar razones de nuestra fe, de nuestras convicciones morales, de nuestra esperanza también. Debemos estar dispuestos a hacerlo desde la razón, don que compartimos con todos los hombres y que nos abre también a la trascendencia. Y Debemos estar dispuestos, por último, a hacerlo aunque nos critiquen, nos insulten, y además a hacerlo por amor. Como decía la Beata Teresa, hay que amar hasta que duela. O como nos enseñó el Señor, hay que amar hasta el extremo, aunque esto nos lleve a la Cruz. Por eso la Iglesia, porque ama a los hombres, a todos ellos sin distinción, no puede renunciar a la verdad del amor, aunque nos cueste.